Esa mañana, el Sr. Brito, el viejo jodedor que entró en la cama de “cara é crimen”, llamó al 171 para que enviaran una ambulancia a “el jose”. Lo trasladaron en camilla y lo llevaron a su casa.
Al Sr. Garzón lo operaron. Aparentemente salió muy bien, a pesar de su avanzada edad. Ayudé a su esposa a mover sus pies. Me dio las gracias. Noté que tiene una sonda para orinar y una bolsa de sangre al lado de su cama.
En la cama de “el jose” ingresaron a un chamito sano, como de 16 años. Lo acompañaba su noviecita, nada fea, pero sí muy flaquita.
A “el chino”, uno de los primeros personajes de esta historia, le dieron un balazo en la pierna, según “el gocho”. La herida no era tan grave, pero se puso a payasear en la habitación con las muletas y se le terminó de partir el hueso. Por eso lo operaron.
La cama de “papi chulo” aun sigue vacía. El gocho me dijo que le contó 7 mujeres que le vinieron a visitar y al menos se despidieron de besitos. Una de ellas es enfermera y otras dos son madre e hija ¿Qué tal?
En la noche, una enfermera muy bonita – ¿será que de tanto tiempo estoy empezando a ver buenas a las enfermeras?- preguntó por el enfermo de esa cama. El gocho y yo comentamos “viste, y todavía le siguen buscando”.
Mi tío hoy estuvo alegre, a pesar de la salida de “el jose. En sus alucinaciones comentó que veía una mujer muy bonita, que era su prima. Siempre está volando. Ya hasta me causa curiosidad meterme una pepa de fenobarbital a ver qué podría ver.
Por malcriado
La salida de “el jose” trajo doble alegría. En primer lugar, porque al salir el último malandro de esa habitación, ya no había tanta posibilidad de una balacera por ajuste de cuentas en el cuarto. Segundo, porque recordamos toda la tarde sus mejores cuentos.
Las 14 balas que le metieron aun están alojadas en su cuerpo, junto a otras 4 de un primer tiroteo. Una de ellas está cerca de su cerebro y se siente al tacto con su cabeza.
A los 14 años le chocó un carro que le fracturó la misma pierna. Le tiene miedo al quirófano porque, luego de su resucitación producto de 3 días en terapia intensiva, dijo que si volvía a un quirófano iba a morir.
Su papá no es pobre. Es jefe de mecánicos del Metro de Los Teques. La moto que le quitaron y una Trail Blazer de la que hablaba frecuentemente son de su papá. Él le compró los clavos para su pierna, pero no se quiso operar. Como último recurso, le mostró las llaves de un camión y le dijo “Te lo compré para que lo pongas a trabajar, pero tienes que operarte”, ya que su pierna fracturada es la derecha. Es su único hijo varón, por eso hace tanto por él.
Vive en una casa en Campo Alegre, la cual está a su nombre. Dijo que iba a botar pal coño a su mamá, esposa y hermanos, porque no lo atendieron durante su hospitalización. Venderá la casa y se va a vivir a Quíbor con sus abuelos.
Entró al Seguro Social medio muerto y salió lisiado. Y por malcriado.
El cuento del coquero
El Sr. Edmundo, el evangélico gocho que está al lado de mi tío, vive cerca de la casa de mi abuela. “El gocho” y él tienen una mamadera de gallos con el cuento de un “coquero”, es decir, un señor que vende cocos por la calle 12 de La Barraca y que es parcha. El hermano siempre compra cocos ahí y por eso el chalequeo.
Le llama para preguntarle “¿Donde vienes?” y le responde por el celular “estoy en la cola para comprarle al coquero”.
La compañía del señor Brito y de “el gocho” me hace prever que esta semana -aspiro que la última en el Seguro- no será fastidiosa y además me sentiré seguro. Para mi mamá tampoco lo será, porque el Sr. Brito se la pasa hablando mierda de Chávez.
Según comentó, él es chofer de camiones. Se fracturó la pierna en un choque que él provocó.
Pero yo me quiero ir. Aunque no me sienta del todo incómodo, sé que no pertenezco a ese lugar.
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