Capítulo 3: La
cultura y el trabajo digno
Es
difícil imaginar cómo un país sale adelante cuando, sin producir suficiente
materia prima o productos terminados para abastecer su mercado local y
exportar, pueda aplicar al pie de la letra la Ley del Trabajo más avanzada del
mundo. Nota del editor: Se entiende por “avanzada” como aquella que garantiza
la estabilidad laboral.
Y
en lo particular yo estoy muy de acuerdo con el respeto al tiempo libre del trabajador,
sobre todo en ciudades como Caracas, donde el tráfico incide negativamente en
la calidad de vida. No solo porque mi empleador sea el mismo Estado que ha
promovido estas leyes, además el uso de ese tiempo libre ayuda al sector
comercio y a la salud mental de la sociedad.
Pero
los extremos a los cuales ha llegado el Estado venezolano rozan con el premio a
la vagancia. El hecho que un empleador tenga que invertir 4 veces más en
abogados para ejecutar despidos justificados ante el ministerio
correspondiente, que lo que le correspondería liquidar triple a un individuo -en
una empresa que no garantice la jubilación, es decir casi todas excepto Polar-,
es un indicador muy preocupante para imponer una estrategia que reactive la economía.
Hagamos
el ejercicio entonces de ver, con estos ojos liberales, al sector cultural. Más
allá que para un empresario una persona que viva de la cultura –a menos que sea
Dudamel- es un vago. En Venezuela nadie puede vivir de la cultura –en muchos
casos tampoco de un trabajo digno-, pero sí existen casos de compatriotas que
se “resuelven” sin trabajar, entre Misiones, raspar cupos, bachaquear...
La
cultura es necesaria para la sociedad, porque más allá de que entretiene, es
quizás el verdadero indicador de desarrollo de una sociedad. En lo único que
Caracas le lleva “una morena” a Maracaibo, Valencia, Barquisimeto y Maracay, es
precisamente en este tipo de ofertas, porque en calidad de vida hace rato quedó
detrás.
Pero
siento que estos sectores de “avanzada” –no de nuestra izquierda populista y
panfletaria, sino la moderna europea, brasilera o chilena- se afincan tanto en
los derechos sociales y en preocuparse por la “explotación del proletariado”,
que olvidan que la cultura puede generarse desde el trabajo digno.
Mi
abuela –vuelvo a mis raíces vegüeras- si bien era aragüeña, nació en Barbacoas,
el pueblo más al sur de mi estado, por tanto es paisana del máximo exponente del
folclore venezolano: El tío Simón.
Se
dice que la “tonada llanera”, de la cual Díaz es su máximo exponente, nace del
trabajo del campesino, entre ellos el “ordeño” y sus diálogos entre el “vegüero”
y la vaca. Es decir, en las condiciones de explotación del campesino –quien en
realidad si no trabaja, no come, a diferencia de un “muchacho de apartamento”
que le basta con ir a un abasto- es posible hacer cultura. Porque en el fondo
si algo perdió esta sociedad con el éxodo rural – urbano fue el desconocimiento
del “trabajo digno”.
No
podemos encasillar a la “cultura” en un Hipster, que con la excusa de conocer
La Sagrada Familia o el museo de Louvre, pide unos dólares Cadivi para “estudiar
arte” y quedarse en Europa consumiento drogas y viviendo de la indigencia, o
peor, los carajos de “Otro Beta”, que tienen verdaderos monumentos como “la Maestranza”
vuelta mierda a punta de grafitis y consumiendo droga escondidos en las
dependencias municipales.
La
cultura es parte de ti y tiene como contexto la realidad que te tocó vivir.
Y
quien dedique su vida en un ciento por ciento a la cultura, debe dar lo mejor
de sí para la promoción de los demás artistas.