El viernes me tocaba cuidarle en la madrugada. Esa noche trajeron dos nuevos lesionados: un niño de 12 años de Turmero que se lesionó jugando fútbol y un tipo que lo chocaron en su moto.
Ambos llegaron con sus madres. La del niño llegó hablando de su experiencia como enfermera en el Hospital Central. “Cuando llegaba un niño quien nadie quería, yo le alimentaba. Tuve 3 hijos naturales y 15 adoptivos. En una oportunidad estuve dos semanas viviendo en el hospital, cuando uno de mis nietos recién nacidos estuvo en terapia intensiva”.
Mi comentario fue: “Gocho ¿por qué no le pedimos que adopte “al Jose”?” “No hermano, ese es irrecuperable”.
Al otro enfermo también le acompañó su madre. A ambos les ayudé a colocarles en su cama. Otra vez eran 7 los enfermos en la habitación.
Esa noche dormí en una cama improvisada. En el suelo uní 2 bolsas negras y una maletica con ropa, pañales y sábanas limpias para colocarle a mi tío. Pero con los hospitalizados entrando tatas veces decidí dormir en unas sillas de aluminio al frente de la Terapia Intensiva.
Ahí me encontré con las colombianas evangélicas, las hijas del paciente que conocí en emergencia el tercer día y que estaba muy amarillo. Lo tenían en cuidados intensivos desde esa noche. Recordé lo mal que trató a su hija esa noche, como malgastó su poco tiempo de vida con sus seres queridos. De la otra evangélica internada en emergencia supe que aun vivía.
Mientras estuve acostado en el suelo de la habitación, recordé la escena de la película “Camino a la felicidad”, cuando Will Smith durmió con su hijo en el baño de un metro. Pero yo no estaba en una situación tan dramática, porque una señora del servicio social de la Gobernación habló con el Seguro Social para que garantizaran la existencia y la prótesis para mi tío. Solo faltaba cuadrar con un contacto para que, si fuera posible, me la entregaran el martes después de semana santa en Caracas.
A esa señora de la gobernación la conocí gracias a una compañera de trabajo, una de las pocas que respondió al llamado que hice en mi trabajo para solicitar donantes de sangre para mi tío. Su ayuda fue mucho mayor, aunque ahora mi mayor preocupación es conseguir voluntarios.
Mientras tanto, yo sudaba como un cerdo porque el aire acondicionado se dañó desde el mediodía. Mi tío pasó muy mala noche con el calor.
Homofobia y menstruación
No todo el mundo puede ser donante de sangre. Entre los requisitos se encuentra ser mayor de edad, no mayor a 58 años, no haber tenido hepatitis, enfermedades venéreas, no ejercer la prostitución, no ser hipertenso, llegar mucho antes de las 7am para que te asignen un número…
Tres personas aparecieron a ayudarme. A un amigo le dio un ataque de tensión (ya no debe ser donante), pero no pudo recibir un número; una amiga, que recién había superado su menstruación, la rechazaron porque tenía la hemoglobina baja; y la última le dijeron que no por ser homosexual.
A menos que esa enfermera sea una fiel seguidora de la serie “Padre de Familia” y piense que si le transfieren sangre de un gay a una persona va a adoptar esa condición, pues coño… Mi tío epiléptico, con retraso y ¿gay? ¿Con lo que odia a Juan Gabriel?
No tiene ningún tipo de sentido semejante segregación. Se supone que las personas que asisten a donar sangre se sienten sanas y además en el mismo banco de sangre deben analizarla contra VIH y demás enfermedades.
Discriminación a niveles tontos. Si viviéramos en los Estados Unidos, mi amiga pudiera haber iniciado una demanda millonaria contra el estado.
Una semana hospitalizado: 0 donantes de 4 necesarios.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario