Pasé la mañana y la tarde del domingo drogado del sueño. Dormí en casa de mi abuela, ya que en la mía a esa hora había racionamiento eléctrico. Al despertar di la nueva buena a mi familia sobre la posibilidad que mi tío volviera a caminar. Pensé que el costo de la prótesis era manejable para mi presupuesto y más si aceptan tarjeta de crédito.
Me tocó esa noche de guardia desde las 4 de la tarde hasta las 10 de la noche. Tuve una discusión con la portera del hospital porque el día anterior no me permitió ingresar con una silla –en emergencias no la permiten- ni tampoco podía entrar en shorts. Le dije que el día anterior entró un transfor con hilo dental y otro con minifalda, no existen carteles que informen sobre la vestimenta o las sillas (sí el número de acompañantes) y que por Dios, por algo se llama “Emergencia”. Procedí a ir al carro de Raquel y nos intercambiamos mi short por su mono, para terminar la discusión.
Evangélicos con mala suerte
La señora que estaba a la derecha de mi tío se fue a su casa y en su lugar colocaron a un señor que se encontraba más amarillo que Homero Simpson. Es un colombiano que tiene un cáncer en el hígado. Los parientes, incluyendo a su hermano gemelo, debatían sobre la suerte del señor, debido a la conocida capacidad de regeneración de dicho órgano.
Sus tres hijas le acompañaban. Una de ellas me dijo que también tuvo problemas con la misma vigilante. Luego conocí a las demás. Al ver la vestimenta de las 3, observé que cargaban faldas largas, por lo cual concluí que son evangélicas. Me dije a mí mismo “Coño, a esa gente le ocurren todas las tragedias”.
Con ellas también comenté sobre la necesaria distancia que necesitan tener los médicos con los pacientes. “Aquí se muere gente todos los días. Si tienen afectos especiales hacia sus pacientes se van a volver locos” les dije. No sabía de la gravedad de la enfermedad del señor, quien escuchó mis comentarios.
El estado de ánimo del enfermo no era el mejor. Estaba muy amargado. Aparentemente en alguna oración entendió que su hija más alta (sorprendentemente parecida a él) dijo que “ojalá se muriera” “Que Dios le de paz”, lo cual le molestó mucho. Ella le pidió perdón, dijo que nunca dijo eso y trató de consolarle. Imagino que esa es la reacción natural de un hombre que sabe que va a morir y no quiere aceptarlo.
Tres camas más hacia la izquierda se encontraba una señora muy gorda con su madre, quien también tiene una pierna rota. Tenía un mes en el hospital. Le recordaré por sus momentos al defecar, que nos hacía huir a todos los demás acompañantes. Por su gravedad imagino no la terminan de operar, misma situación que viví con mi abuela solo por 24 horas ¿Gracias a Dios?
El inevitable remordimiento
Mi tío, en uno de sus pocos momentos despierto, hizo una seña conocida por ambos. Juntó sus dedos índices y preguntó “Orge, tú y la doctora…” como una forma de preguntar si estaba empatado con Patricia, quien nos acompañó el viernes en la ambulancia. Le dije que no. Le dije que ella era casada. Esa seña que recuerdo de mi infancia (me la hacía con una vecina que conozco desde los 6 años y se llama María Gabriela –Grabriela le decía él-) me dio mucho sentimiento. Él no tiene a más nadie, más allá de sus tres viejas hermanas y yo.
Su expectativa de vida nunca ha sido larga, pero ha llegado a viejo. En mi familia todos son así. Creo que tenemos “genes de pinos” o algo así, dicen de las personas con longevidad. Sus padres murieron a los 86 años. Mi abuelo padeció “Mal de Chagas” por más de 50 años. Incluso quisieron estudiar su caso, porque literalmente era un hombre “de gran corazón”, al punto que ofrecieron pagar sus tratamientos médicos. Renunciamos a esa idea porque él era muy cobarde y temía que lo enterraban vivo cuando le practicaban una resonancia. Mi abuela padeció 2 infartos, cáncer y diabetes, la cual finalmente la mató el año pasado.
Esa fue mi última noche de drama, no porque haya finalizado su hospitalización, sino porque le trasladaron a los cuartos de los internos. El lunes debía volver a trabajar y cuidar a mi tío en los ratos libres y de almuerzo. Pero sin duda salir de la emergencia del hospital mejoró el ambiente de los días siguientes. Ya les contaré el porqué.
martes, 23 de marzo de 2010
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