Once fuimos los panas que estuvimos em la finca de un amigo, a quien llamaré “El Gordo” a pasar el último viaje en el cual estaríamos todos juntos. Era el mes de agosto, un mes después de habernos graduado del colegio, y decidimos pasar dos días juntos antes que cada quien partiera para la ciudad donde se encontraba su futura universidad.
Déjenme hacer un ejercicio mental para colocar apodos a los otros ocho. Perdón, siete, porque también estaba “Calabozo Dundie”, a quien ya he nombrado en mis crónicas. El Enano, El Chivo, Changó, el Colombiano, Remy, Wilson y las dos mujeres, de apellidos Áñez y Youseff.
Casi todos ellos pertenecían a una pastoral juvenil que organiza el colegio. Solo “El Chivo” y yo no pertenecíamos a ese grupo, ya que uno era completamente ateo y yo tenía –tengo- mis reservas con el cristianismo.
La primera noche fue una ladilla. Los mosquitos y los 3 cd´s de Maná que trajo el colombiano me tenían enfermo. Gracias a Dios había que jode comida y dos columnas de hierro para guindar mi chinchorro.
La segunda noche parecía ser aun más ladilla. Nos reunimos en el medio de la finca a hablar paja hasta pasada la media noche. El colombiano se acostó a dormir en mi chinchorro. Una hora más tarde se paró como alma que lleva el diablo y salió corriendo por el monte. El Chivo, Calabozo Dundie, Remy y yo salimos a buscarlo. Lo encontramos en la entrada de la finca abrasado del poste divisorio con la carretera. Remy lo levantó y al colocarlo sobre su hombro hizo una señal de silencio al Chivo y a mí para que le siguiéramos el juego.
Lo llevamos a donde estábamos durmiendo. Era una estructura metálica con un techo de zinc y luz eléctrica. La actitud de todos fue “Si quiere joder, vamos a joderlo”. El colombiano siempre fue el más payaso del grupo.
Le prendieron fuego en la mano para que reaccionara. Luego le apagaron un cigarro en un pezón, Calabozo Dundie le dio una lata –beso profundo- cualquier cantidad de cosas dolorosas y asquerosas le hicieron durante su trance. Luego de un rato jodiéndolo, la mayoría decidimos acostarnos a dormir. Changó y el enano no estaban del todo convencidos de la travesura –hasta donde tenemos entendido, el colombiano no es un “Fakir” para aguantar el dolor- prendieron las luces y el pana estaba pálido, y todos entraron en pánico.
Youseff es una chama que nos contaba las experiencias espiritistas que vivía en su casa. Puertas que se cierran, luces que se apagan, cuadros que se caen, voces desconocidad… cuando ella entró en pánico todos se cagaron, excepto el Gordo, el Chivo y yo, tal vez por incredulidad.
Durante el momento de confusión –era 1997 y era una raya llevar un celular al colegio- Áñez se llevó a Youseff para orar. Minutos más tarde la chama bajó su nivel de histeria y entró en lo que parecía el efecto de un alucinante. En ese momento asumió el liderazgo en el grupo.
Nos agrupó a todos, hicimos un círculo y pidió a todos que oráramos como supiéramos hacerlo. El Chivo y yo accedimos, ya que era la única cosa “lógica” que podíamos hacer para sacar al pana de su trance. Poco a poco empezó a volver en sí, y luego Youseff se desmayó. Ambos dicen no acordarse de nada, ni siquiera el colombiano lleno de cicatrices.
¿Cómo lo viví? Confieso no haber verificado la veracidad de las pruebas que hicieron los muchachos para demostrar la inconciencia del colombiano –excepto lo del beso, eso sí lo observé y lo lamento- y por eso pudo haber sido una triquiñuela de unos niños fanáticos de la religión para convencer a los dos ateos del grupo a incorporarse a la iglesia católica. Pero yo sí sentí un ambiente distinto al momento del “exorcismo”. Lo único que puedo decir es que los únicos que no lloramos ante la desesperante situación fuimos el chivo, el gordo y yo.
miércoles, 18 de marzo de 2009
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2 comentarios:
A fin de calmar la inquietud que te invade respecto a la ausencia de comentarios en tu blog, me decidí a dejar una pequeña contribución.
En relación al relato, me parece que más que "triquiñuelas" de niños contagiados por una súbita ola de cristianismo barato, la singular experiencia que viviste pudo haber sido el producto de la inmadurez característica de los chamos de entonces. En particular, la calificaría como vulgar payasada.
Así pudo haber sido. No lo niego.
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