jueves, 12 de marzo de 2009
La Calabresa y Matombo
(Especial de vacaciones parte III)
Nos levantamos un poco más tarde el tercer día de nuestro viaje. La misión era llegar al Brasil, específicamente a Boa Vista, capital del estado Roraima, al sur de Venezuela.
El objetivo tuvo dos serios reveses. Primero que mi papá no llevó su pasaporte porque “no le convenció” el viaje a Brasil, y segundo porque no nos iba a prestar la camioneta a mi primo y a mi, dejándonos a expensas de los taxistas que nos iban a cobrar la carrera a precio de gasolina internacional.
Esos fueron los primeros encontronazos con mi papá. En una oportunidad se quejó fuertemente porque le regañé, ya que ya vía a Brasil olvidó entregar las llaves de la habitación del hotel. Dijo “Con ese carácter no debes tener amigos”. Por un momento mi mamá entró en mi consciencia y me dijo “Y quién se cree ese guevón, si ni siquiera conoce a tus amigos”. Al final de viaje se lo dije, pero quisiera dedicar el último post al por qué decidí hacer este viaje con mi papá y no con un culo.
En Santa Elena de Uairén existen graves problemas con la gasolina. Si bien hay dos estaciones internacionales que venden la gasolina mucho más alta para nuestros visitantes del Brasil, muchos lugareños se prestan para traficar con gasolina. Ejemplo, un Corsa de un habitante de esta ciudad venezolana carga 200 litros de gasolina. Sin embargo, basta con decir a los militares que custodian las bombas que eres turista y te permiten echar gasolina sin cola.
Santa Elena también es Duty Free. En los comercios del pueblo y tiendas especializadas venden mucho alcohol a buen precio. Ropa Tommy y lentes de marca se pueden conseguir en una tienda a pocos metros de la línea divisoria, y en los pequeños comercios se encuentran electrodomésticos pero de marcas no tan famosas, así que es más atractivo viajar a Punto Fijo o a Margarita para comprar buenos artefactos de marca.
Ya en plena frontera, del lado de Venezuela, no se piden muchos documentos a los venezolanos, y tampoco en Brasil. Son los “canariños” los que necesitan pasar por varios puntos de control para entrar a Venezuela, donde además de la gasolina, los precios del puerto libre son atractivos para ellos. Pocos metros después de los monolitos, un policía brasilero te dice que puedes estar en Pacaraima –conocida por nosotros como La Línea- sin presentar pasaporte.
Pacaraima es un pueblito de 4 calles, pero muy identificado con Brasil. En sus calles la gente es alegre como los venezolanos, pero hablan portugués, y en vez de regaettón, escuchan samba a todo volumen. Los recuerditos son caros, y por eso sólo compré chocolates y unas botellas de vino brasilero a 20 mil de los viejos –aceptan bolívares-.
Lo mejor de este pueblito son sus churrasquerías. Tienen un “All you can eat” que por 25 mil –de los viejos- comes toda la carne que puedas. Salimos reventados de la “hartazón”, y mi primo y yo reímos cuando nos dieron de probar una calabresa, que es un chorizo condimentado a lo brasilero. Inmediatamente recordamos a Matombo.
Hay una calle en el pueblo que rodea la línea divisoria. Viven en Brasil, pero el terreno baldío que tienen al frente de su casa es Venezuela. Nos tomamos unas fotos en los monumentos de Bolívar y Pedro I, leímos las placas de inauguración de la carretera y de la línea divisoria, hecha en una primera etapa por los Presidentes Collor de Melo y Carlos Andrés Pérez –ambos enjuiciados por corrupción- y de los Presidentes enrique Cardoso y Caldera –mucho más honestos que sus predecesores-.
Por último fotografié un monumento a los soldados de selva brasileros, que según la gráfica domesticaron Tigres –y después hablan paja de los argentinos- y por supuesto un anuncio de Carmelo Style. Su franquicia es más arrecha que Mc Donalds y su ego más grande que el de nuestro actual Presidente.
Volvimos a Venezuela. Visitamos un pueblito indígena llamado San Antonio, reservamos en una posada atendida por un muchacho fanático de los Tigres de Aragua –no le tomé foto- y nos bañamos en unos pozos ubicados cerca del aeropuerto internacional de Santa Elena. Dos cosas me llamaron la atención, primero que el aeropuerto está decorado como las “churuatas” de los pemones, y segundo que el gobierno actual ha hecho casas bonitas para los aborígenes e incluso les ha dotado de transporte, pero ellos siguen fabricando sus “churuatas” para hacer vida social.
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