Gracias a una amiga que se mudó a Panamá el mes pasado,
entré en una red social / aplicación móvil llamada Snapchat, la cual
básicamente sirve para el “chanceo”. Según cuenta la leyenda, por allí puedes
mandar fotos de tu pipí, tu totona, las teticas o alguna otra virtud que Dios
te dio, por medio de videos privados que no quedan almacenados en las memorias
de los equipos celulares. (Nota del editor: igual puedes hacer impresiones de
pantalla).
Lo cierto es que algunas “Socialité” venezolanas como
Jennifer Aboul o Yeilove, mudaron sus perversiones a esta aplicación, mostrando
sus pezones en forma de corazón, sus “coquitos” o los “pipisnaps”, que no son
más que la “profesora del sexo” hablando paja mientras hace pipí.
Hay una chica que agregué llamada @vsimonelli. Si bien mi
interés principal fue el morbo, la chama utiliza la herramienta para mostrarse
como madre (tiene 3 hijos), cosas de su vida y sí, de vez en cuando una foto
bronceándose en la playa. Hoy tuvo la delicadeza de abrir su buzón de mensajes
privados para hablar con sus “fans”, y además de recibir –según ella- cientos
de videos de “guevos” (sic). Un colombiano le preguntó que de dónde era y ella
respondió que de un pueblito llamado Maracay.
Obviamente le contesté por privado –sin foto de pipí- que no
vuelva a decir esa vaina de Maracay, ya que precisamente esa falta de amor
propio la que nos llevó a que nos volvieran mierda el Teatro de la Ópera, todas
las plazas en reconstrucción “0” o por la mitad, la Maestranza rayada con
grafitis del “Otro Beta” y por supuesto, un ex gobernador padre del caso de
corrupción “Las notas estructuradas” y el actual, quien además de ser gocho, no
haya en qué palo ahorcarse para que lo consideren presidenciable en el 2018. De
hecho a sus 40 años va a jugar fútbol profesional.
¿Cómo considerar a Maracay un pueblo? Un centro urbano con
más de 1.500.000 habitantes, parque industrial, dos aeropuertos (uno civil), dos
salidas al mar, un puerto (militar) y dividida –o unida- a 8 municipios, los
cuales puedes ver perfectamente conectados por avenidas desde el conteiner del
Hotel Maracay, nos refleja que sin darnos cuenta aquí nació una metrópolis.
¿Es esta mediocridad parte de la situación país? En la
universidad una chica de San Cristóbal me dijo que Maracay era un pueblo porque
en su ciudad hay más gente rica –en parte tiene razón- pero por muchas cosas
bonitas que tenga la capital del Táchira (y un Sambil) urbanísticamente no está
mejor planificada que la Ciudad Jardín.
Otro caso es el de Barquisimeto, cuya cámara municipal
propuso el año pasado declararla Metrópolis –eso sí, es un valle arrechamente
grande y bien urbanizado-, pero la verdad es que entre sus dos municipios (Iribarren
y Palavecino) apenas superan el millón de habitantes. Puerto Ordaz es aún más
urbanizada, pero su población es equivalente a Calicanto. Ciudad Guayana, sin
San Félix, en un pueblito tipo Springfield (pero con un parque industrial del
coño de la madre).
Incluso hay quienes aún defienden a Caracas, principalmente por
su vida cultural –se las concedo-. La hoy capital más sucia de Suramérica es
una favela con metro, los distribuidores que dejó Pérez Jiménez y sin
Starbucks. Y eso que Berlín tiene la mitad de su población.
Las ciudades son importantes por el respeto que tienen a su
cultura y a su gentilicio. El día que soñemos un casco central verdaderamente
renovado, respetando los primeros pasos de Villanueva como arquitecto, con vida
teatral –no los fumones de Ferimar que dicen ser artistas- áreas verdes
rescatadas… es decir, gente en la calle disfrutando de sus espacios, nos
pararemos con orgullo en la avenida Bolívar, la 19 de abril o Las Delicias sintiendo
que vivimos en una pequeña París o Barcelona, adaptada a nuestra realidad.
Mientras tanto, sigamos arrechos con nuestros centros de
esparcimiento cerrados por remodelación, las calles y avenidas vueltas mierda y
la plaza Bolívar con tiras fluorescentes para decir que tiene luces en el piso.
En paralelo, nuestro gocho gobernador hará el ridículo en el Hermanos Ghersei
ante un poco de carajitos de la mitad de su edad.
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