viernes, 22 de mayo de 2015

3 pollos por Bs. 460 y el poder moral de decirte “Pajúo”


Hoy supe –a una pequeña escala- qué se siente ser una especie de héroe de guerra y recibir el afecto de la familia al regresar de la batalla. Llegué a casa de mis tías con 3 pollos, los cuales adquirí por Bs. 460, cifra que a esta hora sigue siendo más de un dólar).

Mis tías me recibieron con una sonrisa, porque hace tres días me pidieron Bs. 3 mil para comprar la carne de la semana en una famosa carnicería de la calle 12, la cual se encuentra esta semana full de “revendedores”, a quienes les venden un tipo de carne que está distribuyendo el Estado y que los dueños del local le recomiendan a mi familia, en honor a los años de amistad, que no la compren.

Mi día no fue sencillo. Un grupo de trabajadores organizados en la Caja de Ahorros logró hacer un contacto con el gobierno para la distribución de pollos a precios solidarios. Debo confesar que “eché carro” en el trabajo desde las 9:00am, y mis compañeros lo saben porque estaban ahí conmigo. Hoy no se atendió la necesidad de ningún cliente, porque los trabajadores estábamos satisfaciendo una de las necesidades primarias según la pirámide de Maslow: El hambre.

De hecho nuestra condición de trabajadores también nos ha permitido hacer “Sinergia” con los comerciantes. El chino del frente, al cual le llegan productos regulados con frecuencia, nos tira el pitazo para ir a hacer nuestra cola cuando la “vaina no está tan ruda”. Eso permite, por ejemplo, que las madres primerizas puedan comprar pañales los miércoles, así su número de cédula termine en 9 y le toque los viernes, cuando llega champú.

En esta Venezuela ya no hay espacio para hacer enemistades, sino para colaborarnos entre todos ¿Ese no era el socialismo que se quería?

Ejemplo, yo siempre me negué a comprar en Mercal, no porque pensé que alguien me iba a pegar los “piojos”, sino que desde mi posición creía que ese era un plan para los más necesitados y yo, como parte de la mal llamada “clase media”, debía pagar un poco más en Central Madeirense, tomar un número, esperar ser atendido y pedir lo que quisiera. Incluso hasta para las parrillas del softbol teníamos un pana con un contacto en el matadero y siempre alcanzaba hasta para los arroceros.

Pero esa época se acabó. La clase media -y la alta- hace su cola y lleva sol para comprar donde lleguen productos regulados, no importa si es Farmahorro, SAS, Farmatodo o Locatel. Ese contacto con la gente, el gritarle -junto al humilde- al cabrón que se está coleando e incluso ofrecerle unos coñazos al policía o a un guardia, es lo que hoy nos da el poder moral y la razón para ver a los ojos a nuestro hermano chavista y decirle…

“¡La culpa es tuya, coñoetumadre!”.


Así llegue a su casa y ponga un CD de Silvio Rodríguez para ahogarse en su propia mentira. Mañana nos encontramos en la cola, si coincide nuestro número de cédula.

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