II
La historia de cómo me hice tigrero comienza casi una década antes de mi nacimiento. Elio Chacón, grande liga venezolano famoso por robar el home del Yankee Stadium en una Serie Mundial, decidió echar raíces en Maracay durante sus años de pelotero activo con el equipo de expansión del estado Aragua. Producto de ello nació mi hermana Criscory, y de su amistad con David Concepción los de mis primos David Alejandro, David Eduardo y Daneska. Su esposa, Dilia Montenegro de Concepción, es prima de mi mamá.
Sobre Elio solo quiero escribir cosas positivas, ya que no conocí al un pelotero cuya carrera culminó por vicios y su matrimonio por infidelidades. Dios sabe por qué hace las cosas y el fracaso de su matrimonio fue la causa de mi llegada al mundo en 1980. Mi primer bate me lo regló cuando tenía cinco años: Fue un premio de “Jugador de la semana” de las Águilas del Zulia, que al palidecer ante otros trofeos profesionales, llegó a mis manos con el peso perfecto para volverlo leña a punta de swings en el patio de la casa de mi abuela.
Chacón también me llevó a entrenar al Parque Metropolitano, me regaló pelotas, bates de aluminio, un guante que aún conservo y como cosa anecdótica, me enseñó a ahorrar. Cuando venía a Maracay se quedaba en el Hotel Italo, nos invitaba a comer en El Portón de la Abuela y me decía “Chamín, préstame una orquídea” (Bs. 500) con la cual pagaba el almuerzo. Antes de regresar a Caracas, me devolvía la Orquidea y me regalaba otra. Gracias a él, compré mi primer gran lujo: Un televisor 18 pulgadas marca Sony a control remoto.
Su salida de los Tigres fue el motivo para que una persona muy importante de mi casa se convirtiera en fanática de las Águilas del Zulia: Mi abuela. Ella atribuía al equipo de nuestro estado –nació en Barbacoas en 1924, cuando ya había dejado de formar parte de Guárico- la ruptura del matrimonio de mi mamá, como quien busca una excusa tonta para no ver la realidad. Sin embargo, eso no motivó a que cuando tuve uso de razón –según mis cálculos, a los 8 años-, preguntara cuál era el equipo de mi ciudad y me dijeron que los Tigres de Aragua, el equipo del esposo de mi prima Dilia.
Ese año los Tigres llegaron a la final contra los Leones del Caracas, la cual perdieron en seis juegos. Nunca lo olvido porque yo quería quedarme en casa viendo el juego, pero mi familia era copeyana y ese domingo se realizó “El Pabellón Verde”, una verbena anual que realizaban los partidarios de Eduardo Fernández para celebrar el cumpleaños del partido político. A propósito, “El Tigre” es caraquista.
Los viejos parlantes del parque de ferias de San Jacinto anunciaban los resultados parciales del encuentro. Como no entendía qué decían, me enteré del resultado al llegar a casa y calarme las burlas de José Visconti en la sección de deportes de El Observador en RCTV. Desde ese día nació mi aversión a los Leones.
Luego me tocó calarme las burlas de mi abuela en las finales del 89 y del 92, cuando fueron las Águilas las campeonas del circuito local. En ambas finales lloré como el niño que era, un niño que se sabía todas las capitales de Sudamérica y del país desde edad precoz, que aprendió a leer a los 5 años gracias a su casi ausente padre y que no entendía por qué en la escuela no le enseñaban la historia de su ciudad, más aun, por qué –ya adulto- cuando como periodista le tocaba organizar ruedas de prensa, estas siempre omitían a la quinta ciudad más poblada del país, pero que incluían a centros poblados más pequeños como San Cristóbal, Mérida, Ciudad Guayana o Puerto La Cruz.
Esa ausencia era más evidente en la historia de los Tigres de Aragua. Por ejemplo, las Hemerotecas –actualmente cerradas- del diario El Siglo y El Aragüeño, no poseen ejemplares del día del debut de los Tigres o de su primer campeonato, sencillamente porque no existían.
En esa época no existía Youtube, donde se puede ubicar y revivir hasta la saciedad el batazo de Alex Romero ante Magallanes, el Tricampeonato en Caracas, La Serie del Caribe en Mexicali, el ponche de Buttó a Bob Abreu y los dos jonrones de Cabrera ante Carlos Silva en Puerto La Cruz. Había que hurgar en las guías de medios y en libros como “Cien años del Béisbol” de Eleazar Díaz Rangel, para encontrar los nombres de los otros protagonistas de la historia de los Tigres distintos a David Concepción.
Esa curiosidad me impulsó a realizar mi trabajo especial de grado, que fue un análisis de las estadísticas de los Tigres de Aragua en la temporada 2001-02, la cual se encuentra en la biblioteca del Museo del Béisbol. Por suerte, ese año el equipo batió todos los récords ofensivos del béisbol venezolano.
Esa idea se me pasó por la cabeza hasta el mes de mayo de 2003, cuando ingresé a la Asociación de Fanáticos de los Tigres de Aragua, cuyas siglas AFTA son la denominación de una enfermedad bucal.
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