Previo a mi cumpleaños suelo escribir con melancolía. Pero he descubierto que eso es pavoso. El año pasado relaté en mi blog sobre los retos de mi nueva edad, los proyectos para el próximo año y sembrar las semillas para un futuro próspero. En lugar de ello, tuve que enterrar a mi abuela y a mi tío, no sin antes sufrir los estragos de la salud pública venezolana. El día de navidad murió mi ídolo político y eliminaron a los Tigres por primera vez en 8 años.
Sin embargo, mi salud y mi economía no sufrieron tanto. Tal vez el problema fue que desde pequeño me acostumbré a estornudar solo dos veces.
Por ello no escribiré sobre mi vida, sino sobre mi pasión: El béisbol. Lo único que me hace soñar, así haya ganado este año los Leones del Caracas.
Lo que ocurrió con Armando Galarraga fue extraordinario. Algunos colegas, a quienes respeto mucho, me criticaron por mi primera reacción ante el particular hecho “Eso le pasó por caraquista, pá que sea serio”. A sus acusaciones de resentido les respondí “Nadie recordará a los otros 20 que lograron juegos perfectos, sino a quien retiró de manera perfecta a 28 bateadores, así se llamen Randy Jhonson o Dennys Martínez”.
El hecho
Para quienes no vivan en los Estados Unidos, el Caribe, Japón o Corea del Sur, esto fue lo que ocurrió:
Armando Galarraga, lanzador de los Leones del Caracas en Venezuela y de los Tigres de Detroit en las Grandes Ligas, llegó al noveno inning y dos outs sin que se le embasara algún bateador de los Indios de Cleveland. De lograr un out más, hubiera cristalizado una hazaña: El juego perfecto, toda una rareza que solo ha ocurrido 20 veces en las Grandes Ligas y nunca en la Liga Venezolana.
El último bateador dio un rodado por primera. Miguel Cabrera tomó la bola y se la lanzó a Galarraga, quien tocó la primera base antes que el bateador corredor. El árbitro sentenció quieto, a pesar de lo cerrada de la jugada.
Luego de ver numerosas repeticiones, incluso el árbitro admitió que el corredor llegó después que el lanzador, por lo cual el juego perfecto debió consumarse. Lamentablemente las jugadas de apreciación son responsabilidad de los árbitros y la Liga (MLB) solo puede revertirlas si se viola algún reglamento del juego.
La opinión pública venezolana se lanzó enfurecida contra el árbitro, quien reconoció su error. El lanzador, en cambio, sonrió y cambió su semblante a triste. Luego del juego, y de la disculpa del árbitro, Armando le perdonó en público.
Al día siguiente, el manager de los Tigres ordenó al venezolano que le entregara el line up a su villano antes de comenzar el juego, ya que el árbitro, de apellido Joyce, le tocaba ser el principal. El hombre de negro lloró mientras los fanáticos le daban la mano, tuvo un estrechón con el venezolano y el héroe sentimental recibió como premio a su actitud un Corvette de la ensambladora norteamericana General Motors.
En la vida real
Fuera de un diamante del béisbol, el común de la gente no admite sus errores, como Joyce, y mucho menos lloraría de la pena, por temor a que su sexualidad sea puesta en duda. Nadie sonreiría ante una ofensa como Galarraga. Y si la bondad de tu corazón te obligara a perdonar a tu agresor, ten la seguridad que ninguna empresa te regalará un automóvil, ni siquiera un “Turpial”.
Por eso soy un enamorado de este deporte, ese que nunca se acaba hasta que se termina. Es el único que nos trae lecciones de vida como el caso de Joyce y Galarraga. Si me llaman inmaduro por colocarme con ilusión la gorra de mi equipo favorito a mis 30 años, yo expresaré mi deseo que les den por el culo. Como la canción de U2 “Even better than the real thing”.
Por el paso de los años ya no me preocupo, luego de ver a Steven Tyler cualquiera puede concluir que la edad no tiene nada que ver con la juventud.
Y llegar al cielo tampoco me quita el sueño. Sé que me lo gané por las cosas que viví a los 29.
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