lunes, 2 de noviembre de 2015

La esperanza del presente no suele ser la alegría del futuro

I

En enero de 2004 mi equipo de béisbol estaba a un solo juego de quedar campeón por primera vez en 28 años, y por tanto en mi vida. Esa semana tuve un extraño síntoma que me afectaba los pulmones y no dejaba de toser. Eso, aunado a la posibilidad que el equipo se titulara en Puerto La Cruz con su respectiva celebración, o que me tocara ver un séptimo juego, decidí no ir a ver el desenlace de esa final. Mandé un mensaje de texto a mis amigos que sí fueron: “Mi pana, hoy se termina esto, estoy seguro”.

Esa noche Tigres de Aragua se tituló campeón y me tocó celebrar solo. No me molestó porque la verdad ese día significó mucho para mí, ya que las frustraciones de niño, ese ver de lejos cómo celebran los demás o calarme las burlas de un impertinente ya eran cosa del pasado. Sin embargo, pensé mucho en esas palabras que resultaron proféticas, sobre todo para quienes alquilaron un pequeño autobús Encava y se trasladaron al oriente del país.

¿Qué sentía yo en ese momento que escribí eso? Tenía un temor del carajo, me arropaba la idea recurrente de las derrotas, una mezcla de inseguridad con ansiedad, ya que había visto perder a mi equipo en 4 finales, dos de ellas a 7 juegos. Lo que quiero decir es que la primera batalla que un líder o un ganador deben superar en con sus propios temores. Sin eso, nunca será líder y tampoco ganador.

II

Me tocó recorrer este sábado un barrio del oeste de Barquisimeto, en lo que yo considero es peculado de uso, ya que emplearon a un trabajador de una empresa del estado en las actividades de un partido político. La capital larense, que enamora a quien la visita por el Este, tiene barrios muy feos vía Maracaibo, aunque me sentí mucho más seguro que en mi ciudad. El gobernador de aquí ni loco se le ocurriría hacer esa gracia en Los Hornos o Guaismal.

La actividad era un recorrido casa por casa del ministro –que no es candidato- por la barriada. Lo recibieron con un toldito, un sonido con las canciones de Hany Kauam de la última campaña del comandante e incluso una niña –rubia, a propósito- le cantó con su bella voz las censurables tonadas de un himno político. Luego fuimos rancho por rancho para hablar con las personas de la comunidad, haciendo énfasis en quienes tienen problemas de salud.

Me tocó conocer a una niña que necesita una ayuda para una amputación y a una señora que vive con sus hijos al lado de una quebrada, donde se observan carros quemados y dicen las malas lenguas que aparecen los cuerpos de los secuestrados que no corrieron suerte. “Ministro, exijo que me reubique, mire la pared de mi casa –una lata de zinc-, está llena de tiros y cada madrugada debo tirarme al suelo con mis bebés”. La cara del burócrata era un poema, y lo peor, ni siquiera podía ofrecerle algo de “Mi casa bien equipada”.

En las siguientes casas las exigencias eran las mismas. Una persona que requería una operación de vida o muerte pedía un televisor o un teléfono celular. La gente de las demás casas miraba de lejos, pero no participaba. Los más atrevidos decían con señas que no querían a su paisano en su barrio.
Esa percepción del pueblo no la tuve yo, sino el chofer que me llevó. También la gente que trabajó conmigo este sábado.

III

El “hermano” que fue el director de mi colegio cuando me gradué, fue golpeado por un militar durante la época del paro. El efectivo le lanzó la bandera venezolana al piso y revolcó al ciudadano español, quien ciertamente aguantó la tunda por una patria que no es la suya.

Por causas del destino le tocó volver a mi colegio y hablé con él la semana pasada. Le expuse que como idea de tesis para mi maestría –e incluso línea de investigación para un futuro doctorado- quería desarrollar un modelo de materia electiva que innovara en el proceso de comunicación docente alumno y que sembrara en los estudiantes no solo valores, también sentido de pertenencia.

Me contó una anécdota sobre la zona de Cachemira, donde existe un conflicto de años entre musulmanes e hindúes. Un prisionero fue liberado y sus captores le dijeron “Aquí estás en tu tierra” y luego que la besara y recordara a sus ancestros, le informaron “Disculpa, nos equivocamos, tu país comienza dos kilómetros más allá”. El mismo extranjero que recibió una coñaza en la sede de Pdvsa Chuao por mi país me decía que la “Patria” es solo una idea y que quien desarrolla amor por un pedazo de tierra, suele estancarse.

A lo que yo respondí “Pero quien se queda luchando, puede hacer algo importante, no solo para su país, sino para el mundo”. Siguió con su relato de pesimismo, según el cual una persona honesta no puede comprarse una casa o un carro, ni siquiera algunos electrodomésticos… pero luego de tanto desahogarse, comprendió mi idea, me informó que existen bases legales que permiten desarrollar mi proyecto y me prestará colaboración.

No es fácil creer en uno mismo ni en sus posibilidades de victoria, menos cuando el pasado presente te ha golpeado tanto, pero si no superamos la batalla de la mente y no podemos percibir objetivamente lo que está pasando a nuestro alrededor. En ese caso, merecemos seguir perdiendo para seguir aprendiendo.


La reforma constitucional, única elección nacional perdida por el partido de gobierno, tenía un ambiente similar. Todos los estudios hablaban de una clara oportunidad de una victoria que nadie creía, pero en aquella oportunidad todos hicimos nuestro trabajo, votar en contra de un concepto de igualdad que premia y estimula la mediocridad.

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