I
En enero de 2004 mi equipo de béisbol estaba a un solo juego
de quedar campeón por primera vez en 28 años, y por tanto en mi vida. Esa
semana tuve un extraño síntoma que me afectaba los pulmones y no dejaba de
toser. Eso, aunado a la posibilidad que el equipo se titulara en Puerto La Cruz
con su respectiva celebración, o que me tocara ver un séptimo juego, decidí no
ir a ver el desenlace de esa final. Mandé un mensaje de texto a mis amigos que
sí fueron: “Mi pana, hoy se termina esto, estoy seguro”.
Esa noche Tigres de Aragua se tituló campeón y me tocó
celebrar solo. No me molestó porque la verdad ese día significó mucho para mí,
ya que las frustraciones de niño, ese ver de lejos cómo celebran los demás o
calarme las burlas de un impertinente ya eran cosa del pasado. Sin embargo,
pensé mucho en esas palabras que resultaron proféticas, sobre todo para quienes
alquilaron un pequeño autobús Encava y se trasladaron al oriente del país.
¿Qué sentía yo en ese momento que escribí eso? Tenía un
temor del carajo, me arropaba la idea recurrente de las derrotas, una mezcla de
inseguridad con ansiedad, ya que había visto perder a mi equipo en 4 finales,
dos de ellas a 7 juegos. Lo que quiero decir es que la primera batalla que un
líder o un ganador deben superar en con sus propios temores. Sin eso, nunca
será líder y tampoco ganador.
II
Me tocó recorrer este sábado un barrio del oeste de
Barquisimeto, en lo que yo considero es peculado de uso, ya que emplearon a un
trabajador de una empresa del estado en las actividades de un partido político.
La capital larense, que enamora a quien la visita por el Este, tiene barrios
muy feos vía Maracaibo, aunque me sentí mucho más seguro que en mi ciudad. El
gobernador de aquí ni loco se le ocurriría hacer esa gracia en Los Hornos o
Guaismal.
La actividad era un recorrido casa por casa del ministro –que
no es candidato- por la barriada. Lo recibieron con un toldito, un sonido con
las canciones de Hany Kauam de la última campaña del comandante e incluso una
niña –rubia, a propósito- le cantó con su bella voz las censurables tonadas de
un himno político. Luego fuimos rancho por rancho para hablar con las personas
de la comunidad, haciendo énfasis en quienes tienen problemas de salud.
Me tocó conocer a una niña que necesita una ayuda para una
amputación y a una señora que vive con sus hijos al lado de una quebrada, donde
se observan carros quemados y dicen las malas lenguas que aparecen los cuerpos
de los secuestrados que no corrieron suerte. “Ministro, exijo que me reubique,
mire la pared de mi casa –una lata de zinc-, está llena de tiros y cada
madrugada debo tirarme al suelo con mis bebés”. La cara del burócrata era un
poema, y lo peor, ni siquiera podía ofrecerle algo de “Mi casa bien equipada”.
En las siguientes casas las exigencias eran las mismas. Una
persona que requería una operación de vida o muerte pedía un televisor o un
teléfono celular. La gente de las demás casas miraba de lejos, pero no
participaba. Los más atrevidos decían con señas que no querían a su paisano en
su barrio.
Esa percepción del pueblo no la tuve yo, sino el chofer que
me llevó. También la gente que trabajó conmigo este sábado.
III
El “hermano” que fue el director de mi colegio cuando me
gradué, fue golpeado por un militar durante la época del paro. El efectivo le
lanzó la bandera venezolana al piso y revolcó al ciudadano español, quien ciertamente
aguantó la tunda por una patria que no es la suya.
Por causas del destino le tocó volver a mi colegio y hablé
con él la semana pasada. Le expuse que como idea de tesis para mi maestría –e incluso
línea de investigación para un futuro doctorado- quería desarrollar un modelo
de materia electiva que innovara en el proceso de comunicación docente alumno y
que sembrara en los estudiantes no solo valores, también sentido de
pertenencia.
Me contó una anécdota sobre la zona de Cachemira, donde
existe un conflicto de años entre musulmanes e hindúes. Un prisionero fue
liberado y sus captores le dijeron “Aquí estás en tu tierra” y luego que la
besara y recordara a sus ancestros, le informaron “Disculpa, nos equivocamos,
tu país comienza dos kilómetros más allá”. El mismo extranjero que recibió una
coñaza en la sede de Pdvsa Chuao por mi país me decía que la “Patria” es solo
una idea y que quien desarrolla amor por un pedazo de tierra, suele estancarse.
A lo que yo respondí “Pero quien se queda luchando, puede
hacer algo importante, no solo para su país, sino para el mundo”. Siguió con su
relato de pesimismo, según el cual una persona honesta no puede comprarse una
casa o un carro, ni siquiera algunos electrodomésticos… pero luego de tanto
desahogarse, comprendió mi idea, me informó que existen bases legales que
permiten desarrollar mi proyecto y me prestará colaboración.
No es fácil creer en uno mismo ni en sus posibilidades de
victoria, menos cuando el pasado presente te ha golpeado tanto, pero si no
superamos la batalla de la mente y no podemos percibir objetivamente lo que está
pasando a nuestro alrededor. En ese caso, merecemos seguir perdiendo para
seguir aprendiendo.
La reforma constitucional, única elección nacional perdida
por el partido de gobierno, tenía un ambiente similar. Todos los estudios
hablaban de una clara oportunidad de una victoria que nadie creía, pero en
aquella oportunidad todos hicimos nuestro trabajo, votar en contra de un concepto
de igualdad que premia y estimula la mediocridad.
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