Durante mis clases de maestría he comprendido algunas cosas,
tales como la necesidad que tienen los profesionales de realizar constantes
cursos de actualización, la diferencia entre los egresados de distintas centros
de estudio y por supuesto, el drama de las universidades privadas de provincia:
tener en su nómina a jubilados de la Carabobo que no quieren resignarse a hacer
cola para hacer mercado o usar pañales.
El último profesor que me tocó con esas características me
dijo al conocerme que siempre quiso ser periodista, pero en la época que él
entró a la UCV fue ante una coyuntura con los cupos similar a la que ocurre hoy
en día, y por eso se resignó a graduarse como educador en Caracas.
En uno de sus monólogos interminables, el profesor dijo lo
siguiente “Sobre el mundo de la comunicación puedo colocarles el siguiente
ejemplo: Los Estados Unidos crearon a Tarzán, un hombre rubio que era rey de la
selva y dominaba a los animales. Las películas son un instrumento de dominación
creado para que los países del tercer mundo, los animales, seamos sumisos ante
el hombre caucásico, igual que Superman. A eso se le llama publicidad
subliminal”.
Yo le respondí: “¿Profesor, alguna vez no se detuvo a pensar
que tal vez usted no ha sido víctima de una publicidad subliminal sino de una
propaganda política? Porque quien conoce de cómics sabe que fueron creados
mucho antes que las películas y que además responden a criterios de
rentabilidad comercial de empresas como Marvel o DC Comics”. Nota del editor:
Sería interesante escuchar una teoría similar sobre “El hombre hormiga”.
Esa “soberbia” del latinoamericano de creer que Pedro Picapiedra,
Homero Simpson o Eric Cartman son creaciones del “imperio” para evitar el
crecimiento de los países del tercer mundo, tendría algún tipo de sentido si en
500 años –con excepción de Brasil, ya que entiendo que Embraer construye
aviones comerciales- hubiéramos sido capaces de fabricar un avión con suficiente
capacidad de vuelo para poder bombardear el sur de la Florida. Por esa soberbia
es que tal vez Norteamérica nos ignora, o en el mejor de los casos, nos
considera su patio trasero.
La imposición de esas “ideas” o “paradigmas” es consecuencia
de años de repetir un mismo mensaje, a tal punto de ser aceptado por quienes
hoy no están de acuerdo con el discurso de la izquierda, porque para sorpresa
de ustedes, dicho profesor no es chavista.
La tarea de esta generación –y las que vienen- es hacer
entender a nuestros hijos que esos personajes, lejos de ser un maquiavélico mensaje
subliminal, tienen su propia historia y mensaje. Batman por ejemplo, es un
huérfano que utiliza su fortuna para combatir criminales, teniendo como sus
principales armas su ingenio y su mayordomo. Supermán no nació en Kansas sino
en Criptón y Tarzán, eventualmente, se cae a coñazo con traficantes de pieles.
Es ese debate de nuevas ideas el que convertirá a las nuevas
generaciones en los superhéroes que transformará a Latinoamérica en el
protagonista del milenio por venir, al vencer a nuestro principal archienemigo:
El complejo de inferioridad.
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