Nunca imaginé que la cuarta –o quinta- ciudad más poblada de Venezuela pudiera sentirla tan aburrida. De no haber sido por mi colega Guaro, que me llevó a beber en un sitio llamado Santa Rosa –algo así como El Hatillo larense, me hubiera muerto del aburrimiento.
Lo que más me molesta, o me ha empezado a molestar, de la soledad, es darle vueltas a la cabeza. Todos los días descubro en Facebook como los demás envejecen, o para verlo desde otra óptica, inician nuevas etapas, mientras yo me sigo sintiendo joven, niño, tal vez inmaduro.
Si quiero verme mayor, me dejo crecer el cabello, si me lo corto –ya que no tengo entradas ni canas- me dicen “chamo”. No pienso en matrimonio, menos en hijos, siento mi piel exactamente igual a hace 15 años, tal vez porque el tiempo pasa y no le paro bolas a esos detalles.
La soledad solo sirve para dar espacio en tu espíritu a las presiones sociales. Sí, tal vez mis metas inmediatas no lucen tan fáciles, tales como emprender un negocio propio, vivir una relación romántica y dar vida a un “Junior”, pero por otra parte pienso que esas cosas solo me traerían más preocupaciones, y serían el espejo perfecto para el Dorian Gray que vive en mi.
Recuerdo que a los 8 años me salían canas por “preocupaciones” de la edad. Pensar hace daño. Quema neuronas y produce canas.
jueves, 5 de noviembre de 2009
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