Camino a la felicidad es el título en español de una película protagonizada por Will Smith y su hijo en la vida real. La historia cuenta la vida de un negro que intenta hacer vida como corredor de bolsa en los Estados Unidos y finalmente se hace millonario –algo nada raro en el Imperio-. Al mejor estilo de “La vida es bella”, el padre hace todo lo posible para sobrevivir con su hijo, llegando al extremo de pasar una noche en el baño de una estación de metro. Al final el personaje obtiene el empleo y dice que fue en ese momento cuando realmente sintió la “Felicidad”.
Tétrico, pero cierto: La felicidad es solo un momento. Desde el pasado 29 de enero de 2004, cuando los Tigres obtuvieron su primer título en la ciudad de Puerto La Cruz, he vivido los mejores años de mi vida. Cuatro años después, victoria tras victoria, siento por una parte que aprecio tanto esta racha ganadora porque me costó una bola vivirla, pero también creo que “mal tripeé” sufriendo durante 15 años, cuando asistía al estadio para ver perder a los Tigres ante Caracas, Magallanes, Lara o Zulia.
En agosto del año pasado fui, por sugerencia de mi amigo Felipe, a Cata con unos panas. El viaje fue muy divertido, y antes de regresar a Maracay me senté en la arena a mirar el paisaje. Estaba pensando en una valenciana muy especial a quien había prometido llevar a conocer esa playa. Miré al cielo para hablar con Dios y pedirle una explicación del por qué yo no había podido tener una relación completa e interesante con una dama. Lo cierto es que esa “dama” había aparecido el día anterior, y en una borrachera de Ron con Vino me había dado nalgadas con una chancleta, lanzado cosas e incluso arañado mi espalda con un tenedor.
Esos dos meses que conviví con su presencia fueron por demás interesantes. Ella es una de esas personas que creen ser interesantes, y en realidad lo son. Es como un terremoto que te mueve tu vida y tu forma de pensar, para decirte “estoy aquí”, y luego irse para hacerte comprender, como todo fenómeno natural, que hay cosas que tú no puedes controlar.
En su segunda visita a mi vida llegó con un lema de felicidad, algo así como “soy feliz, soy feliz” –el cual se escucha mucho más cómico cuando tomas alcohol y te agitan la cabeza. Ciertamente me siento feliz, como sólo los Tigres de Aragua y el Manchester United con su especial forma de ganar, lo han logrado.
Ella está ansiosa por irse, y llevarse una vez más su alegría, sus conocimientos en música y literatura, su iniciativa para hacer cosas locas y convertir una simple reunión de amigos en una jornada de locuras y amor. Sus caprichos, malacrianza, terquedad y su peinado poco femenino sin duda también lo voy a extrañar.
A finales de la segunda semana de mayo mi vida volverá a la fastidiosa normalidad. Volveré al GYM, a los fines de semana de dominó, intentaré echarle los perros a una mujer que sea un cúmulo de necesidades y que lo más profundo que haya leído sea alguna mierda de Pablo Cohelo –lo cual sería ya una rareza-.
Sin embargo, debo aprender de las enseñanzas de Roberto Benigni y su película más reconocida, ya que cualquier escenario negativo puede ser disfrutado y vivido con intensidad y humor, o puedo hacer como el personaje de Will Smith y sufrir cual novela todo el camino que debo recorrer para convertirme en un negro multimillonario. Ejemplo, soy feliz a pesar de tener 2 días sin luz en mi casa.
Soy feliz, y debo aprender a mantenerme así. Ella no es la felicidad, es una consecuencia a una serie de hechos, un aprendizaje, tal vez un premio, que junto a las personas que me rodean, como mis amigos y mi sobrina, me hacen apreciar más la vida. Mucha gente dijo que los Tigres eran una moda pasajera como el reggaeton, pero al igual que dicho ritmo, se han convertido en una dinastía, una hegemonía. Sé que seré feliz por mucho tiempo, aunque precisamente sea más feliz por visitas o “temporadas”.
viernes, 25 de abril de 2008
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