domingo, 17 de agosto de 2008

Jonrón


Yo nunca fui el más fuerte o el más grande del salón. Mucho menos en los equipos que jugué.
Lo más cercano a esa sensación de “poder” la sentí cuando estaba en sexto grado. Yo jugaba pelotica de goma con mis compañeros de clase. El secreto era la técnica para pegarle a la pelota, incluso los golpes que le daba a las pelotas de tenis –sí, estudié en un colegio de curas y jugábamos con pelotas del deporte blanco- eran superiores a los de Ruiz, un negro de dos metros que estudió conmigo.
Hoy pude dar un jonrón con un bate y una pelota suave. Hace más de un mes comenzamos en la empresa un equipo de softbol. El primer juego lo perdimos 5 a 1, yo me fui de 4-2 con una empujada. El segundo partido me fui de 2-0 con dos ponches, y nuestro equipo perdió 22 a 2, lo que nos desmotivó mucho y dejamos de jugar por tres semanas.
Lo más patético de la situación es que quien me ponchó es un viejo de 42 años y de lanzamientos mañosos. Nunca pude hacer los ajustes necesarios y pasé vergüenza, junto a otros 6 bateadores de mi equipo que no pudieron conectarle. Juro que a mi primer hijo le llamaré “Cristóbal”, en honor al viejo que me ponchó. Seguramente Miguel Cabrera se sintió igual cuando lo ponchó Pedro Luis Lazo, lanzador cubano, en el Clásico Mundial de Béisbol.
Pero durante esas tres semanas practiqué bateo en las máquinas de San Jacinto. Te lanzan 20 pelotas por 4 mil “bolos” (BsF. 4). Esta mañana fui a la máquina de bateo y sólo pelé un lanzamiento. A los otros 19 le di en la madre.
Este tipo de cosas me hacen sentir más hombre. Suena mariquísimo, pero es así.

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